Estrategia Digital: Cómo el Inbound Marketing Redefine la Relación con el Cliente-Persona
Descubre cómo una estrategia digital centrada en el cliente y el branding simbólico genera fidelidad, sentido y ventaja competitiva sostenible. El inbound marketing nos ayuda a entender mejor las necesidades de los clientes.
MARKETING
LYDIE GOYENETCHE
9/26/202410 min leer


Estrategia digital centrada en el cliente: entre deseo, valor y fidelidad
En la era de los datos y la hiperconexión, muchas marcas aún se esfuerzan por comprender lo esencial: el cliente no es un clic, es una persona. Más allá de las métricas y los embudos de conversión, cada decisión de compra está atravesada por un deseo —a veces inconsciente, a menudo frustrado— de sentido, de pertenencia, de coherencia entre lo que se consume y lo que se es.
Jean-Jacques Crismer lo recuerda con claridad: las personas no compran solo por necesidad funcional, sino porque buscan satisfacer aspiraciones emocionales, sociales y existenciales. Esta perspectiva invita a replantear la estrategia digital no como una serie de técnicas para atraer visitas, sino como un verdadero camino de relación y reconocimiento mutuo.
Aquí es donde la lectura simbólica de Juan de la Cruz, en su Subida al Monte Carmelo, puede iluminar la raíz profunda del comportamiento del consumidor. Porque el alma —como el cliente-persona— no se conforma con lo inmediato: anhela lo auténtico.
En este artículo, exploramos cómo una estrategia digital centrada en el cliente puede convertirse en una ventaja competitiva sostenible, si se basa en la escucha, en la verdad de las emociones, y en la capacidad de responder al deseo detrás de la demanda. Con datos, análisis sectoriales y una mirada poética, te proponemos un nuevo paradigma: poner al cliente-persona en el centro, no como objetivo, sino como punto de partida.
El cliente no es un clic, es una persona
En un ecosistema digital dominado por la hipersegmentación, la automatización y la obsesión por los indicadores de rendimiento, muchas marcas han perdido de vista lo esencial: el cliente no es un dato, ni un clic, ni una métrica. Es una persona completa, con su deseo, su historia, sus miedos y su imaginario. Jean-Jacques Crismer, en sus estudios sobre el marketing emocional y simbólico, insiste en esta dimensión muchas veces ignorada por los estrategas digitales. Para Crismer, el acto de compra no es una simple transacción racional, sino una manifestación compleja de tres niveles de motivación: la necesidad funcional, la aspiración emocional y la resonancia simbólica. Este enfoque permite rehumanizar la relación digital y superar la lógica reduccionista de los embudos de conversión.
Aplicado al marketing actual, este paradigma obliga a cuestionar la eficacia de ciertas prácticas automatizadas que, si bien eficientes en volumen, resultan pobres en profundidad. Un ejemplo paradigmático es el del retargeting mal ejecutado, que insiste en mostrar al usuario un anuncio de un producto que ya ha comprado. Este tipo de error, tan común como contraproducente, revela un vacío de escucha y una desconexión emocional. Según Accenture Interactive, el 41 % de los consumidores se sienten incómodos cuando una marca demuestra no conocer sus verdaderas intenciones o historial de interacción. La falta de sintonía entre lo que la persona vive y lo que la empresa interpreta produce un rechazo sutil pero persistente. Es como si el cliente se sintiera reducido a una variable, en lugar de ser reconocido como alguien que busca sentido.
Frente a este malentendido estructural, algunas marcas han sabido adoptar la lógica de la relación en lugar de la simple conversión. Spotify, por ejemplo, ha desarrollado una forma de diálogo emocional con su comunidad a través de su campaña anual “Spotify Wrapped”. Más que una simple visualización de datos, esta iniciativa devuelve al usuario una narrativa de sí mismo. No es casualidad que millones de personas compartan su resumen musical anual en redes sociales, aunque nadie se lo haya pedido. Lo hacen porque ese contenido reafirma su identidad y genera pertenencia. Esta estrategia, al resonar con las tres capas definidas por Crismer, ha contribuido a aumentar un 13 % la retención de usuarios premium en el primer trimestre del año siguiente, según el informe de resultados publicado por la empresa en 2023. Aquí, la tecnología no sustituye el vínculo: lo facilita. Y eso cambia todo.
En definitiva, poner al cliente-persona en el centro no es solo una declaración de intenciones. Es un giro epistemológico. Se trata de pasar de la explotación del dato a la interpretación del deseo. De mirar al cliente no como un objetivo a alcanzar, sino como un espejo en el que la marca también se transforma. Porque como lo recuerda Crismer, consumir no es solo adquirir: es elegir quién uno quiere llegar a ser.
Detrás de cada decisión de compra, un deseo
Detrás de cada clic, de cada carrito abandonado o completado, se esconde algo más profundo que una simple decisión racional. En palabras de Jean-Jacques Crismer, toda elección de consumo es la expresión de un deseo que busca realizarse. Pero no hablamos aquí de un deseo inmediato y superficial, sino de una aspiración más compleja, a veces inconsciente, vinculada al reconocimiento, al estatus, al deseo de pertenecer o incluso a la búsqueda de sentido. Esta dimensión, que durante mucho tiempo ha sido ignorada por el marketing tradicional, se revela hoy como central en un entorno donde las marcas ya no compiten solo por la atención, sino por la relevancia afectiva y simbólica que logran generar.
La neurociencia del consumidor confirma esta intuición. Estudios realizados por la Universidad de Harvard demuestran que las decisiones de compra se activan primero en zonas cerebrales relacionadas con las emociones, antes de que el córtex racional intervenga para justificar lo ya decidido. En consecuencia, los consumidores emocionalmente comprometidos presentan un valor de vida un 306 % superior al de aquellos que permanecen indiferentes o meramente satisfechos, según datos de Harvard Business Review. Este hallazgo, lejos de ser anecdótico, invita a las marcas a revisar profundamente sus estrategias digitales, alejándose de la simple lógica de optimización y aproximándose a una comprensión más fina del deseo que moviliza.
Un ejemplo notable es el de la marca Dove, que ha desarrollado campañas centradas en la autoestima y la autenticidad femenina. Con su serie “Real Beauty”, Dove no vende únicamente productos de higiene: vende una visión de la belleza más inclusiva, que responde a un deseo profundo de reconocimiento social y autoaceptación. Esta narrativa ha permitido a la marca no solo aumentar sus ventas, sino también reforzar la fidelidad de sus clientas, muchas de las cuales se sienten parte de una causa, no solo de una cartera de consumidores. El deseo que se activa en este caso no es el de comprar un jabón, sino el de verse representada en una campaña que desafía los cánones hegemónicos de belleza. Es el deseo de reconciliación con una imagen propia más amable, más verdadera.
Así, la estrategia digital no puede limitarse a estimular necesidades. Debe saber escuchar y traducir los deseos, incluso cuando estos no se formulan explícitamente. Porque lo que está en juego no es solo la conversión, sino la construcción de sentido compartido. En la economía actual, donde la saturación publicitaria ha generado una fuerte fatiga de marca, las empresas que logren responder a este deseo latente y auténtico serán las que consigan establecer vínculos duraderos. Y eso, como bien señala Crismer, no se consigue con una promoción ni con una segmentación: se consigue con una presencia significativa, capaz de decirle al cliente, de manera silenciosa pero clara: “Te veo. Te entiendo. Estoy aquí para ti.”
La fidelidad nace de la autenticidad
En un mercado donde la competencia se intensifica cada día, la fidelidad del cliente se ha convertido en uno de los activos más codiciados y, al mismo tiempo, más malinterpretados. Durante años, las marcas han intentado “retener” a sus clientes mediante programas de puntos, descuentos exclusivos o mecanismos de recompensa algorítmica.
Sin embargo, estos métodos, aunque efectivos a corto plazo, no generan una adhesión verdadera. Porque, como lo señala Juan de la Cruz en su Subida al Monte Carmelo, lo que el alma busca no es la gratificación inmediata, sino la verdad que perdura. Esta visión mística puede parecer ajena al marketing digital, pero en realidad ofrece una clave profunda: la fidelidad auténtica no nace de la acumulación de incentivos, sino de una experiencia significativa, coherente y alineada con lo que la persona es o aspira a ser.
Esta lectura encuentra eco en el análisis contemporáneo del comportamiento del consumidor. Según el estudio Authentic Brands Report de Stackla (2023), el 88 % de los consumidores afirman que la autenticidad es un factor determinante a la hora de elegir y permanecer con una marca. Y, más revelador aún, casi la mitad —un 46 %— admite haber dejado de seguir o comprar a una marca cuando sintieron que su comunicación no era honesta o se percibía forzada. La lealtad, en este sentido, no es el resultado de una captura, sino de un reconocimiento mutuo. Cuando una marca se muestra como es —con sus valores, sus límites, su voz verdadera—, no solo atrae: construye confianza. Y la confianza, a diferencia del clic, no se compra: se cultiva.
Un ejemplo elocuente es el de Patagonia, la marca de ropa outdoor que ha hecho de la coherencia ética su principal bandera. Desde su famosa campaña “Don’t buy this jacket”, que invitaba a consumir menos, hasta sus acciones en defensa del medio ambiente, Patagonia ha mantenido una narrativa firme, incluso cuando eso ha significado renunciar a ventas a corto plazo. El resultado ha sido una base de clientes extremadamente fieles, que no solo compran productos, sino que se sienten parte de una misión. En 2022, Patagonia registró un crecimiento de ingresos del 14 % en un contexto de desaceleración global del consumo, y más del 70 % de sus compradores recurrentes afirmaron que seguirían comprando incluso si los precios subieran. Esta fidelidad no se explica por la calidad del tejido, sino por la calidad del vínculo.
Así como el alma —según Juan de la Cruz— se purifica y se eleva en la medida en que se aleja del deseo inmediato y busca lo eterno, el cliente-persona también se vincula con las marcas que no lo tratan como un medio, sino como un fin. Marcas que no solo responden a sus expectativas, sino que dialogan con su conciencia, su ética, su deseo de coherencia interna. En el corazón del marketing del futuro no estará el algoritmo que predice la próxima compra, sino la verdad vivida que sostiene la relación a lo largo del tiempo.
De la métrica al vínculo: un cambio de paradigma
Durante años, la estrategia digital se ha construido como una arquitectura lógica de métricas, segmentaciones y algoritmos. Pero a medida que la saturación digital aumenta y la atención del usuario se fragmenta, lo que distingue a una marca no es tanto su visibilidad como su capacidad para generar un vínculo simbólico duradero con su audiencia. Esta transición de la métrica al vínculo no se da solo en los canales o formatos, sino en la naturaleza misma del branding: ya no basta con ser visto, hay que ser reconocido como significativo.
Aquí, la teoría del cliente-persona de Jean-Jacques Crismer y la lectura mística de Juan de la Cruz convergen en un punto esencial: toda relación duradera nace de un reconocimiento profundo, no de una optimización superficial. Pero este reconocimiento no ocurre en el vacío. Requiere una estrategia de marca que sepa ocupar un lugar real en el imaginario colectivo, respondiendo a un vacío simbólico aún no colmado por otras marcas. Es decir, el branding eficaz no consiste en expresar lo que la marca desea comunicar, sino en detectar con precisión lo que el mercado espera inconscientemente que alguien diga. Y este alguien debe ser único. Si ese espacio simbólico ya está ocupado, el éxito del posicionamiento no está garantizado, por muy brillante que sea la ejecución.
Tomemos el ejemplo del mercado del agua embotellada. Marcas como Evian han construido un imaginario de pureza, juventud y ligereza. Volvic apostó por la fuerza volcánica, el origen mineral. Cristaline, en cambio, se posicionó como la elección del pueblo, accesible y sin artificio. Imaginemos ahora una nueva marca que quiera ocupar el territorio de “agua pura de montaña” con un discurso de transparencia y frescura. Si no ofrece un ángulo simbólico distinto al de Evian, o si no responde a una necesidad latente aún insatisfecha —por ejemplo, la dimensión ritual del agua como elemento espiritual—, se perderá en un océano de referencias ya saturadas. El branding no debe copiar lo que funciona, sino interpretar lo que falta. Y eso implica una lectura profunda del consumidor como ser deseante y simbólico.
En el entorno digital, este posicionamiento simbólico requiere coherencia total entre el contenido, la imagen, el tono, y la experiencia. No se trata solo de storytelling, sino de una lógica ontológica: ¿Qué representa esta marca para el mundo, y por qué sería irreemplazable? Marcas como Apple lo han comprendido al construir un universo que no vende solo tecnología, sino autonomía creativa, pertenencia estética y ruptura con lo convencional. Cada detalle —desde el diseño de la web hasta el servicio posventa— está alineado con ese imaginario. Y lo más importante: no compiten en precio ni en características técnicas, sino en resonancia emocional y simbólica.
Abandonar el paradigma cuantitativo no significa dejar de medir, sino comprender que los datos no explican el vínculo: lo constatan. En esta nueva lógica, el éxito digital no depende de atraer tráfico, sino de crear una identidad que diga algo verdadero y necesario al consumidor-persona, algo que nadie más ha sabido expresar con la misma voz. Y eso, para quien sabe leer, no se encuentra en los informes: se encuentra en las grietas del lenguaje simbólico del mercado.
Conclusión: hacia una estrategia digital con alma
Pensar la estrategia digital desde el cliente-persona no es un lujo filosófico ni una digresión poética: es una necesidad empresarial urgente. En un mundo donde cada clic puede ser rastreado pero rara vez comprendido, donde los datos abundan pero el sentido escasea, apostar por una visión relacional, simbólica y auténtica del marketing digital se convierte en una ventaja competitiva sostenible. No porque sea más rentable de inmediato, sino porque construye marcas que perduran, vínculos que resisten y narrativas que transforman.
Jean-Jacques Crismer nos ha mostrado cómo cada decisión de consumo está atravesada por una red de deseos no siempre visibles. Juan de la Cruz nos recuerda que lo auténtico no es lo inmediato, sino lo que toca el alma. Entre ambos, se dibuja un camino posible para las marcas: hablarle al cliente no como usuario, sino como ser humano, no como target, sino como interlocutor. Pero para eso, el branding debe dejar de ser un ejercicio estético y pasar a ser una lectura simbólica del mundo, un posicionamiento no solo diferenciado, sino justo, necesario y verdadero.
En esta nueva era del marketing digital, las métricas seguirán siendo útil. Pero ya no bastarán para guiar el rumbo. Hará falta una escucha más profunda, una lectura más intuitiva del mercado y una ética del vínculo que resista al corto plazo. Porque solo así, el clic se convertirá en confianza, el tráfico en comunidad, y el deseo en fidelidad. Y solo entonces, el marketing dejará de perseguir conversiones para empezar a construir sentido.


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