Steve Jobs y la Escucha Activa: ¿Por Qué los Grandes Consultores Tienen Este Superpoder Oculto?
"Descubre cómo la escucha activa, el superpoder de grandes líderes como Steve Jobs y Howard Schultz, transforma diagnósticos, genera implicación emocional y garantiza estrategias de marketing efectivas y alineadas con las necesidades reales de tus clientes."
VEILLE MARKETING
Lydie GOYENETCHE
9/25/20248 min leer


En el bullicio de Lima, entre el claxon de los micros y el ritmo acelerado de las oficinas en San Isidro, detenerse a escuchar de verdad se ha vuelto un acto revolucionario. La escucha activa no es solo una técnica comunicacional para parecer atento; es una forma de presencia, un estado del alma. Escuchar activamente es afinar el oído interior, percibir lo no dicho, captar las pausas, las dudas, los gestos que revelan más que las palabras. Es estar plenamente disponible, sin juzgar, sin interrumpir, sin anticiparse.
Esta actitud tiene un eco profundo en la tradición mística de San Juan de la Cruz, quien enseñaba que el alma no accede a la verdad gritando, sino entrando en el silencio de la oración, ese espacio donde Dios habla sin palabras. De manera similar, en marketing y estrategia empresarial, escuchar activamente a un cliente es entrar en su mundo sin invadirlo. Es acoger su necesidad como un misterio que se revela poco a poco. Y en ese proceso de silencio compartido, surge la confianza, se clarifica el problema real y nace la estrategia justa. Porque solo quien ha aprendido a escuchar puede ofrecer una respuesta que transforme.
Escuchar para ver: cuando el silencio revela lo invisible
En una primera reunión de diagnóstico con un cliente limeño —pongamos que dirige una pequeña empresa familiar en Pueblo Libre o un estudio creativo en Barranco—, el consultor tiene dos caminos: llegar con su batería de preguntas como quien sigue un formulario, o abrir un espacio real de escucha, sin reloj, sin prisa, sin prejuicio.
Lo que parece una conversación trivial puede convertirse, si se la habita con atención, en una fuente inagotable de claves estratégicas. El empresario dice: “Tenemos poca visibilidad”. Pero si uno se limita a anotar eso como un dato aislado, el diagnóstico será superficial. La escucha activa invita a ir más allá: “¿Qué entiendes por visibilidad? ¿Dónde? ¿Con qué públicos?” Y de pronto, en medio del relato, emerge la verdad: la visibilidad no falta en redes, sino en los puntos de venta físicos, donde los distribuidores no llegan o la competencia domina.
Escuchar así, como quien entra en oración, no es recopilar datos: es ofrecer al otro un espacio de expresión libre, profunda, incluso torpe. Como en la mística sanjuanista, donde el alma se revela lentamente en la oscuridad fecunda, el cliente también necesita tiempo y confianza para mostrar lo que verdaderamente duele. Solo entonces empieza el verdadero trabajo del estratega: cuando ha sido capaz de ver con los oídos.
Proponer con el corazón abierto: cuando la estrategia nace de la empatía
Presentar una estrategia sin haber escuchado es como escribir una homilía sin haber orado. Se puede seguir un esquema, usar palabras correctas, mostrar gráficas elegantes… pero algo queda vacío. En cambio, cuando se ha escuchado con el alma —como quien acompaña a otro en una oración silenciosa—, entonces la propuesta no se impone, sino que se ofrece con ternura, como un poncho tibio en las alturas.
En Lima, donde las reuniones suelen estar marcadas por la urgencia y las expectativas de eficiencia, la pausa empática puede parecer una pérdida de tiempo. Pero es en esa pausa donde ocurre la alquimia. El consultor que ha practicado la escucha activa no propone por costumbre ni por reflejo; propone desde dentro, con palabras que el otro ya intuía pero no había podido formular.
Si el cliente ha expresado temor a saturar a su equipo, la propuesta anticipa soluciones simples. Si ha mostrado dudas económicas, la estrategia contempla etapas progresivas. Si ha dejado entrever una tensión cultural —por ejemplo, entre la imagen moderna de su marca y las raíces tradicionales de su clientela limeña—, se articula un plan que respete ambas dimensiones, como una oración que une lo humano con lo divino sin violencia.
El consultor que propone desde la escucha no convence: acompaña. No impresiona: alinea. No vende: enciende una resonancia. Como en la oración contemplativa, la verdad de la stratégie no está en lo que se dice, sino en cómo se dice, y desde qué lugar interior se ofrece.
La lógica del KPI: cuando el Rey exige resultados
En muchas empresas limeñas —desde los grupos agroindustriales del Callao hasta las startups tecnológicas de San Borja— la semana está organizada en torno a un ritmo casi litúrgico: reuniones de seguimiento, revisiones de indicadores, análisis de cumplimiento de metas, preparación de presentaciones en PowerPoint y actualizaciones de tableros de control. El dato es rey. No se cuestiona. Se muestra. Se reporta. Se celebra o se penaliza.
Según un informe del Instituto Peruano de Economía (IPE, 2023), los mandos medios de empresas con más de 50 trabajadores dedican entre 8 y 12 horas semanales a preparar y presentar informes de gestión. Esto incluye la recolección de datos, la validación manual de cifras en hojas de cálculo, la elaboración de presentaciones visuales, y la preparación de respuestas para las reuniones de gerencia. A ello se suman los llamados “tuilajes”, reuniones cruzadas entre áreas (ventas, marketing, operaciones) que buscan alinear discursos, ajustar presupuestos o anticipar preguntas difíciles. En total, de 12 a 18 horas por semana se consumen en actividades que giran alrededor del control y la apariencia de cumplimiento.
En muchos sectores —particularmente en servicios tercerizados, comercio mayorista y banca— la presión por los resultados inmediatos desplaza la reflexión de fondo. Lo que importa es cumplir la cuota. La conversación queda suplantada por la gráfica. Y la pregunta sincera por el sentido… simplemente no tiene espacio.
Escucha activa: el testigo que ve lo que los números callan
Frente a esta lógica del rendimiento que consume tiempo y desvitaliza procesos, la escucha activa aparece como una práctica contracultural. No viene a eliminar los indicadores, sino a recordar que el alma de una empresa no cabe en un tablero de Excel. Lo esencial sigue siendo invisible a las métricas.
Una sola conversación bien acompañada puede revelar más que tres semanas de informes. Un silencio incómodo, una sonrisa forzada, una expresión que se detiene antes de completar una frase… son huellas de una verdad que las estadísticas no capturan. Así como en la oración contemplativa de San Juan de la Cruz, donde Dios se revela en el silencio interior, el sentido profundo de una estrategia suele emerger en los márgenes de lo dicho.
Mientras el enfoque tradicional pide eficacia y respuesta rápida, la escucha activa pide presencia y discernimiento. Permite detectar el cansancio emocional de un equipo, el miedo oculto frente a una innovación, o la desconexión entre lo que se hace y lo que se cree. En lugar de actuar como el Rey que exige, el consultor que escucha actúa como testigo: acoge, interpreta, y acompaña. Y en esa humildad hay poder transformador.
Escuchar como orar: cuando el alma se deja habitar
La escucha activa, entendida en su forma más profunda, no es simplemente prestar atención ni reformular lo que el otro ha dicho. Tampoco es pensar en lo que el otro siente, ni hablarle con suavidad. La escucha activa, cuando se convierte en arte, es una forma de oración encarnada: no se trata de pensar en el otro, sino de ser tomada por sus pensamientos y sus emociones, sin tratar de intervenir, sin querer arreglar nada, sin buscar quedar bien. Solo estar.
San Juan de la Cruz lo expresó con fuerza: « El alma que está verdaderamente unida a Dios no necesita palabras, porque se deja poseer por su querer ». En la vida cotidiana de las empresas limeñas, esta actitud es revolucionaria. Cuando un colaborador se siente habitado por la atención de otro, sin juicio ni interrupción, ocurre algo que ningún KPI puede medir: la confianza se deposita.
No es solo que alguien se sienta comprendido. Es que algo en su interior se abre sin miedo. Como en la oración contemplativa, donde no hay que hacer nada, sino estar en disponibilidad amorosa, el líder que escucha así se convierte en un canal de maduración. No necesita tener todas las respuestas. Solo necesita estar profundamente presente.
En esos momentos, la estrategia ya no es un plan. Es una transformación. No es un documento. Es una forma de relación. Se deja de hablar “de” los equipos para caminar “con” ellos. Se pasa del control al acompañamiento. Y en ese cambio silencioso —que parece invisible pero lo cambia todo— se siembra la posibilidad de un nuevo estilo de liderazgo: más humano, más fecundo, más real.
Escuchar desde el silencio: el desafío del líder entre cifras, presión y presencia
En el Perú, el rol del gerente intermedio está cada vez más atravesado por una lógica numérica que condiciona su manera de acompañar. Según el Instituto Peruano de Economía (2023), estos mandos dedican entre 8 y 12 horas semanales a la elaboración de informes de indicadores, y otras 4 a 6 horas a reuniones interáreas para alinear prioridades y preparar presentaciones ejecutivas. Es decir, cerca de 18 horas semanales destinadas exclusivamente al seguimiento de KPIs y objetivos.
Este modelo de control se ha intensificado en el contexto post-pandemia: el Barómetro Edenred Perú 2021 reveló que el 73 % de los trabajadores afirma haber asumido entre 1 y 5 horas adicionales diarias, sin compensación, y el 84,5 % sintió que su carga laboral creció. En paralelo, cifras del INEI muestran que casi el 19 % de trabajadores limeños supera las 70 horas semanales. Frente a esta exigencia de resultados y rentabilidad, el manager suele acompañar condicionado por lo que dicta la ficha de puesto y la lógica del ROI. No escucha por gratuidad, escucha en función de metas.
Su acompañamiento no es espiritual: está orientado a medir, corregir, alcanzar. Y sin embargo, allí donde todo parece técnico, lo humano emerge. La escucha activa —entendida no como técnica, sino como presencia que acoge al otro desde adentro, como en la verdadera oración de San Juan de la Cruz— se vuelve resistencia callada frente al desgaste. Escuchar no para responder, sino para habitar por un momento los pensamientos y emociones del otro, es lo que diferencia al gestor que evalúa de aquel que transforma. Porque si bien el liderazgo empresarial no es acompañamiento espiritual, cuando hay silencio habitado, respeto profundo y discernimiento atento, algo de lo más humano empieza a sanar.
Conclusión: cuando la escucha no busca resultados, sino sentido
En un entorno empresarial como el limeño, donde el tiempo escasea, los objetivos se renuevan cada semana y las métricas lo invaden todo, hablar de escucha activa puede parecer ingenuo. Pero es justamente allí donde más la necesitamos. No como herramienta de control emocional, ni como una técnica amable para mejorar el clima laboral, sino como una forma de estar, profundamente humana, silenciosamente revolucionaria.
Escuchar de verdad —como en la oración de San Juan de la Cruz— es dejar de lado el juicio, el apuro y el cálculo. Es habitar al otro desde dentro, sin buscar corregirlo, sin querer convertir su discurso en un dato útil. No es suspender la exigencia, sino sostenerla con compasión. Porque cuando una persona se siente vista sin ser medida, comprendida sin ser evaluada, ocurre algo que ningún indicador puede capturar: el vínculo se vuelve real, y con él, la transformación.
Tal vez no podamos cambiar la estructura. Tal vez las reuniones, los KPIs y las fichas de evaluación seguirán marcando el ritmo. Pero si quienes lideran aprenden a escuchar desde el alma, aunque sea por momentos breves, la cultura de empresa cambiará desde dentro. Porque una sola presencia que escucha con hondura puede regenerar lo que cien correos no logran resolver.


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